Manifiesto
Sostenemos que la arquitectura es el espíritu que concentra y aglutina las voluntades patrimoniales de las personas.
Obsérvese un ladrillo sobre otro y la deducción de que fue puesto ahí por una persona será inmediata. Ello viene a significar, en los términos que aquí nos atañen, que existió un esfuerzo para fabricar los ladrillos en cerámica y cocerlos en un horno, para elaborar el mortero y mezclarlo en obra, para situar los ladrillos el uno sobre el otro. Pero más aún, existió previamente un afán de que dicha colocación sucediera, una idea, una orden. E indagando en el espíritu de dicho afán, encontraremos una voluntad. De ello resulta que los ladrillos que vimos uno sobre el otro lo están por la simple y llana razón de que alguien quiso que lo estuvieran.
Mas ésta razón dista mucho de ser simple o llana. En la voluntad que lleva a las personas a hacer patrimonio se entrecruzan cientos de necesidades, deseos, acciones… que activan otros tantos procesos. Esto es debido a que debemos rechazar el concepto de patrimonio como igualado al de propiedad. Es patrimonio todo bien, ya sea de alguien o de todos, pasado o futuro, material o etéreo… En consecuencia, a menudo la red que se teje entre todas las voluntades patrimoniales es tan compleja que ni los mismos participantes llegan a discernirla por completo. Es aquí donde se hace necesario hablar de arquitectura.
La arquitectura es la fuerza motriz producto de la suma de dichas voluntades. Nace en el momento en que surge la voluntad y no se extingue nunca, ya que esa intención acompañará al patrimonio, aún con sus modificaciones y transformaciones, eternamente. Así, volviendo a los ladrillos que hemos observado, fueron situados por determinadas personas en cierta época para satisfacer unas necesidades concretas, y ello les acompañará siempre, incluso aunque nuevos agentes intervinientes con nuevas voluntades patrimoniales —como otros propietarios o el propio paso del tiempo— los derriben.
El oficio del arquitecto consiste, por tanto, en canalizar las voluntades patrimoniales de las personas para lograr su consecución, mediante la sensibilidad que conlleva comprender la compleja red de intenciones en que se está actuando. Ejercer la arquitectura supone, en esencia, entender que el patrimonio no es específico de los límites en que se actúa, sino que responde a lo que había antes y lo que vendrá después, a los estímulos interiores y a los provenientes del entorno, a las normas escritas y a las responsabilidades adquiridas.
Es patrimonio todo lo que se posea, y es arquitectura toda fuerza que genere patrimonio.
En Bilbao, a 6 de julio de 2018